El Cajón De Bronch

30 marzo, 2005

Una noche en Sevilla

Llevar un blog a ratos se hace pesado. Estos días he tenido algunas cosas que contar pero entre el agotamiento y las escapadas de semana santa no he sacado tiempo ni valor para ponerme a machacar el teclado, no al menos al nivel que deseaba. Hoy ya estoy mejor. Valga esto como disculpa por los días de vacio posteador.

Hace unos días tuve la oportunidad de hacer un viaje relámpago a Sevilla gracias a la familia de mi novia. Nos plantamos allí en tren en ocho horitas de nada, pasamos la noche de aquí para allá, disfrutando del ambiente, comiendo pescaito frito y algún dulce típico de la tierra y finalmente asistiendo a las procesiones nocturnas. Al alba cogimos el tren de vuelta a Valencia a donde llegamos a eso de las cuatro de la tarde (aunque si no me despiertan aun sigo en el tren). Mereció la pena el viaje en tren (y os lo dice un agnóstico recalcitrante).

Llegamos a la estación de Santa Justa a eso de las ocho de la tarde y nos encaminamos directamente hacia el centro. Calles pequeñas empedradas con adoquines, antigüas pero alegres ,a pesar de haber oscurecido ya, tal vez por las macetas que llenaban muchos balcones, tal vez por el color con el que estaban pintadas o por el por propio aire que se respiraba. Al poco de estar allí ya pudimos ver un par de procesiones que iban de camino a dejar a las imágenes de vuelta al templo. Para alguien como yo que vio la última procesión antes de tomar la primera comunión era algo sobrecogedor observar a los nazarenos con sus túnicas purpura y sus cirios cruzando la calle seguidos de la imagen de cristo o de la virgen que subía por la calle sobre los hombros de los costaleros (aunque estos últimos estuviesen ocultos).

A eso de las diez y pico buscamos mesa en un bar llamado "El Arenal" donde podías comprar unos cucuruchos de pescadito frito que te preparaban delante mismo. Cazón en adobo, chopitos, merluza rebozada, huevas y una cervecita para poder seguir adelante toda la noche. Ah, y que no falte ese tocinito de cielo de la pastelería de enfrente, cosa fina, oiga.

Nos encaminamos hacia la calle Pureza en el barrio de Triana, cruzando el Guadalquivir, a la derecha. Dimos un paseo hasta llegar allí y esperamos un par de horas de pie (y otra horilla sentados). Por fin llegaron los armaos anunciando con sus cornetas que pronto saldría el Cristo y la Virgen.
Me llamó la atención el distinto comportamiento del público. Con el Cristo fue respeto, silencio, incluso la música demostraba reverencia y adoración. Con la Virgen la gente se entregaba, la música se había vuelto alegre, triunfal, gloriosa, todo el mundo a mi alrededor lloraba, incluso me sentí mal por no ser capaz de conmoverme (es algo estúpido mi pensamiento, lo sé), la gente gritaba piropos a la Virgen que se movía lentamente calle abajo rodeada de decenas de velas y cubierta con un manto enorme -que me hizo recordar a la Virgen de los Desamparados de Valencia-. Lo más hermoso fue cuando llegando a la esquina, cuando se nos iba a perder a todos de vista unos focos se encendieron en lo alto de un edificio iluminando toda la calle y una lluvia de petalos de flores estuvo cayendo durante varios minutos sobre la Virgen y los hombres de la banda. Una imagen que me hubiese encantando poder grabar o aun fotografiar.

Hoy no tengo más tiempo para poder escribir pero el resto tampoco tiene gran importancia, volvimos a Santa Justa tras vagabundear un poco por Sevilla y desayunamos en la estación. Cogimos el tren a eso de las ocho de la mañana y llegamos sobre las cuatro a la Estación del Norte de Valencia.

Un viaje relámpago que espero poder hacer más pausadamente el año que viene, un viaje que recomiendo a todo el mundo, especialmente si algún sevillano se puede ofrecer a acompañarle y mostrarle los rincones más importantes de Sevilla. Una ciudad para visitar, aunque solo sea un noche.