El Cajón De Bronch

04 octubre, 2004

La pesadilla de ir a clase

Esta vez la china le había tocado a Jokin. Jokin era un chaval de 14 años, un adolescente aficionado a la informática, a Internet y por lo visto, algo introvertido ¿os suena el perfil?. Sus compañeros de clase (lease "esos putos niñatos") tenían una afición a la que, para no perder la costumbre, le dedicaban un ratito cada día: hacerle la vida imposible a Jokin. Sistemáticamente este era humillado y apalizado en el instituto sin que nadie tomase cartas en el asunto. Las asistencias a clase eran su calvario y no podía pedir ayuda ni siquiera a los responsables del centro. Al contrario, una profesora (lease "esa jodida cantamañanas incompetente") incluso colaboró al linchamiento psicológico al que era sometido el chaval a diario.

Los niños son así, así de gilipollas, así de crueles y así de necios. Son así, y sus padres (lease "echamos vida al mundo y nos desentendemos de ella") no se quedan atrás. En este caso los agresores tuvieron la excusa perfecta, tan buena como cualquier otra, para hacerle blanco de burlas y golpes a puño cerrado. El motivo era lo de menos, ahora tenían alguien con quien descargar sus frustraciones y sus propios miedos a diario. Además, que coño, era divertido, era reconfortante saber que el grupo les daba fuerza y valentía. Uno se siente mucho más valiente insultando junto a otros seis o siete "amigos", sabiendo que una patada por la espalda no le delatara si su victima está rodeada, sabiendo que nadie hablará y que, aunque hablen, el castigo será leve o inexistente, ya sabeis de lo que hablo, sentirse más valiente.

Cuando uno se entera de noticias como esta siente mucha pena y a la vez una sensación de rabia, de cierto tipo de impotencia al ver que las mismas historias se repiten una detrás de otra sin que nadie haga nada para evitarlo. Te queda ese deseo imposible de haber estado allí, en el momento en que ese adolescente completamente desesperado miraba al vacio y rememoraba las palizas y los insultos y tomaba su ultima decisión harto de no poder tener una vida normal, de soportarlos a todos, a ellos y a los demás que les permitían hacer lo que hacían con su indiferencia.

A aquel chaval le hubiese bastado alguien que creyese en él incondicionalmente y que le apoyase cuando todos le dieron la espalda. Unas palabras de sus padres, un profesor que dejase las cosas muy claras a sus compañeros sobre lo que es el respeto y la dignidad de cada uno, incluso un simple amigo que le ayudara a hacer frente a los "matones" de la clase o que, al menos, intentase ayudarlo.
Jokin no encontró nada de esto. Presumo, y tal vez me exceda, que sus padres no fueron los más vigilantes ni los más atentos. Presumo ,y no me excedo, que Jokin no tenía una personalidad lo bastante fuerte como para lo que se le vino encima y presumo, y acierto, que alguien en ese centro de enseñanza debe tener los huevos pelados de tanto rascarselos a dos bandas.

Conclusión. Una esquela más que se olvidará pronto y mientras tanto miles de dramas personales que permanecerán en el silencio gestando traumas de por vida en colegios e institutos gracias a padres desinteresados y a profesores incompetentes.

¿Quien hará algo para acabar con esto?




Nota: El lenguaje empleado en este post ha sido intencionadamente malsonante en ocasiones. Es el pobre recurso de este aprendiz de bloger para remarcar el profundo asco que siente ante situaciones como esta.